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4 de octubre de 2010

Redes sociales

A ver si me decido a desactivar mi cuenta de facebook una temporada (aunque sé que el síndrome de abstinencia será fuerte y voleré), para oxigenarme y oxigenar a los demás de mis estados de ánimo (el embarazo es una montaña rusa donde las hormonas lo pasan a placer haciendo de las suyas...), los encuentros y desencuentros con las musas, las fotos de cualquier evento que a nadie le importa, etc.
Y es que estimo demasiado a mis amigos (los cuales, naturalmente, y menos mal, no coinciden con los mil y pico contactos que ya tengo) para seguir mareándolos. Mejor descansar.
La cuestión es que facebook se ha convertido en "uno más de la familia". Antes, cuando mi perro vivía, era quien me recibía el primero al llegar a casa, el primero en distraer mi atención reclamándome juegos.
Ahora voy flechada al ordenador, para ver quien me ha escrito algún comentario últimamente o ha cliqueado algún "me gusta" en enlaces, citas o cualquier pensamiento que se me haya pasado por la cabeza. La maldita página interactiva de internet ha variado los hábitos, a veces, hasta límites insospechados. Pero no podrá conmigo.
Ciertas son sus muchas ventajas, sus muchas utilidades. Cierto es que la información vuela, y se abre ante nuestros ojos un océano de conocimiento, encuentros y posibilidades.
Pero el fantasma de la sobreinformación planea sobre lo que es en apariencia inofensivo.
Llegan los contras, y se diluyen los pros en un maremagnum de confusión. Es entonces cuando comienzan a aparecer problemas de índole psicológica hasta ahora impensables.
Y facebook (o tuenti) se ha convertido en los ojos que ven, en una prolongación de nuestra psique, de nuestro ser, y fundimos nuestra existencia virtual con la real hasta tal punto de que muchos usuarios (me incluiré, por supuesto, aunque cada vez menos), a pesar de negarlo, ya no saben asistir a una exposición, ir a un bautizo, una boda o a casa del vecino, sin llevar la cámara de fotos en ristre, para descargar las mejores instantáneas en la red social, para que todo el mundo vea lo felices que somos, lo importantes o el nutrido círculo de amigos y contactos con que contamos.
Hay casos patológicos de personas que describen su vida tan exhaustivamente, que cualquier día nefasto, no lo permita Dios, encontrarán su casa desvalijada. Lógico, han dado a los ladrones perfectas coordenadas de dónde viven, de cómo es su casa, y los días que estarán fuera...
¿Inconsciencia? ¿Estupidez? No es tan simple.
Los creadores de las redes sociales albergan sin duda una inteligencia perversa y conocen a la perfección la naturaleza ególatra de los seres humanos, y en base a ello han creado una herramienta poderosísima al servicio de las más oscuras pasiones. Un arma silenciosa de destrucción masiva de reputaciones, proliferadora de prejuicios y otros parásitos del equilibrio mental.
Una nueva ofensa, una nueva forma de hacer daño es que te borren de la lista de contactos, o que te ignoren, directamente, una solicitud de "amistad".
Si no había suficientes formas de agraviarnos los unos a los otros, llegan los de la era virtual, pero que causan un dolor tan físico como un insulto o un puñetazo en plena calle.
Entonces lo que ocurre en la pantalla deja de ser un juego.
Me consta, bebiendo de fuentes más que fidedignas, que van en aumento las amistades rotas, los empleos perdidos por el camino (artículos serios y diversos corroboran que las empresas bucean en las redes sociales para averiguar la vida y milagros de un posible candidato), y las intromisiones en la intimidad propia y del prójimo (quién no ha reconocido en una fotografía de grupo, en una fiesta, en un local cualquiera, alguna cara conocida al fondo de la imagen, ajena completamente a que se estaba realizando tal fotografía).
Hoy día es posible jugar a prejuzgar a alguien analizando quienes son sus contactos, lo cual otorga cierta ventaja a la hora de evitar meter la pata hablando más de la cuenta de terceras personas, no sea que sean "amigos" de red social.
Y es fácil pillar una excusa falsa, como quien declina una invitación a una fiesta o un evento social, por tener mucho trabajo, acude a otro que quizás le apetece más, lo cual no veo que sea para nada reprochable, lo hemos hecho todos, y observar como esa misma persona, al día siguiente, comenta las fotos tomadas en ese otro evento más apetecible, dando detalles del mismo, sin caer en que quizás haya herido a los contactos que lo esperaban en otra fiesta...
Complicado, ¿verdad?
Pues somos nosotros los que lo complicamos.
Sin contar a las moscas cojoneras de las redes sociales, con perdón, quienes viven en un contínuo "¡yuju!" (gente de la burbuja yuju, como los denomina un buen amigo mío) y nos muestran que están contínuamente divirtiéndose, en un no parar de citas, eventos, viajes, modelitos...
A medida que escribo este post me voy dando cuenta de lo estúpido que es el enganche a este tipo de entretenimiento, y una vez mi padre, cuando era pequeña, me advirtió sobre el peligro de la palabra escrita. Lo escrito, queda, permanece... y si es una estupidez, algún despropósito, pues el problema está asegurado (ocurre lo mismo con las entradas en los blogs).
Así que mientras no haya manuales de cómo usar correctamente este tipo de juguetes malignos (habría que empezar por usar manuales de cómo enfocar nuestra propia vida) lo más sensato es seguir el ejemplo de aquellos usuarios que utilizan esta herramienta como lo que es, una plataforma de comunicación útil, nada más, de la que obtener una rentabilidad y un beneficio, no un problema añadido a los muchos que ya vienen solos en la vida.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Parece que no soy la única que ha decidido tomarse una pausa del Facebook, de alguna manera es una red social, pero me da tristeza el observar que cada uno desde nuestra pantalla nos volvemos incluso mas solitarios y vulnerables a cualquier ataque de una tecla del teclado.
Necesito tiempo para mi, para ordenar mis poemas y decidirme de una vez por todas a publicar y a ordenar y disfrutar de lo que realmente importa en mi vida.
Un abrazo enorme, amiga.

Anónimo dijo...

To be a noble human being is to procure a philanthropic of openness to the mankind, an cleverness to guardianship aleatory things beyond your own restrain, that can govern you to be shattered in uncommonly exceptionally circumstances as which you were not to blame. That says something uncommonly impressive relating to the condition of the principled life: that it is based on a trust in the unpredictable and on a willingness to be exposed; it's based on being more like a plant than like a jewel, something rather tenuous, but whose very particular handsomeness is inseparable from that fragility.