Como si bajo mi cuerpo hubiera un resorte perverso, salto de la cama, justo cuando ya me dispongo a despedir el día. Y ahí estás, amor, soñando plácidamente, inmerso en tu propio mundo al que no me permites la entrada, porque es sólo tuyo. Pero no me inquieta. Te observo con todo la devoción, y procuro ser silenciosa para que no notes mi ausencia.
Y dejo que el insomnio me bese insistentemente las sienes, y me susurre ideas, imágenes difusas, que se van moldeando en el aire hasta convertirse en palabras sueltas, primero, en poemas después.Una ensoñación dibuja una sonrisa en la pantalla del ordenador, a modo de bienvenida, y en contra de mi costumbre de manuscribir a lápiz mi tormenta de ideas, son mis dedos los que viajan sobre el teclado, acariciándolo, ilusionándome con la alegría de que pronto mis dedos te tocarán a ti, y que en este ansia de olerte, quererte, ya no estará la piel, y tanta líquida distancia separándonos.
Tecleo rápido unos versos sueltos, sin orden, como los besos que surgen del impulso más puro.
Ahí los dejo, para que reposen, para que me hablen cuando estén listos.
Los guardo en una carpeta en el escritorio, y lleva un nombre: Helena.
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