La víspera de Reyes sigue siendo mágica, y eso que tengo treinta y cuatro años, soy madre, y tengo hipoteca. O sea, que soy adultaza del todo.
Sigo sintiendo un nerviosismo extraño y dulce, y las horas corren, pero son lentas.
El sol brilla distinto, las calles huelen diferente.
Aún sabiendo que este año los tres magos de Oriente no me dejarán nada, ni carbón siquiera, y que todo es para Helena (en el Toys ´r us nos hacen la ola), sigo sintiéndome placenteramente ansiosa.
Y creo que estoy equivocada, y que sus majestades sí que me han ido dejando caramelos en los zapatos, anticipademente.
Caramelos como la amistad por encima de todo que algunos (no muchos, para qué voy a mentir) me han demostrado con hechos.
Algodón de azúcar gigante son las experiencias buenas que he vivido junto a mi hija, y las que seguiré viviendo. Sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus abrazos porque sí, por amor sin condiciones.
Monedas de chocolate han sido las personas que he conocido este año, por casualidad y que me han tendido una mano sin reservas para lograr mis sueños.
Lo dulce me ha aliviado el proceso, doloroso, de ir cambiando por dentro, a puros golpes.
Saborear lo pequeño me ayudó a asumir que sí que existe el egoísmo, la hipocresía y que las palabras sí que hieren y hacen sangrar durante meses.
Refugiarme en lo esencial salvó mi mente de la neurosis inevitable en medio de lo absurdo de un mundo que por opción, vocación o puro masoquismo, yo elegí, y donde si no se conoce la ruta adecuada, se corre el riesgo de ver cómo la ilusión se hunde en el lodo más pestilente.
Y por eso mi mensaje es positivo, reconfortante.
Me he desnudado, me han lastimado, me he defendido. Quizás herí desde el instinto. Quizás por dignidad dejé algún que otro recuerdo, ya cadáver, en la cuneta.
Pero sigo en pie, y mi alegría interior se recupera, sin haber necesitado corazas.
Agradezco que la vida continúe. Que mis ojos sigan viendo, que mis brazos sosteniendo lo importante, y que mis pies caminen, dejando atrás muchas cosas, pero ya sin dolor.
La víspera de Reyes sigue siendo mágica, y eso que tengo treinta y cuatro años, soy madre y soy feliz: tengo equilibrio.
Os doy las gracias.
Salud.
1 comentario:
!!Ay madre lo de la moderación de comentarisss!!
Pues, chica, que felicidades por continuar en pie y piando...
Que, por otro lado, es "normal" teniendo a tu lado una chiquilla que hará ponerte las pilas aunque no te queden energías..., jejeje.
Venga, saludos y abrazos, atiquitadelosgatos....
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