Desde que se anunció que nuestra selección iba como favorita al mundial sudafricano no dejo de mirar hacia arriba.
Captan mi atención balcones, ventanas, terrazas y azoteas coronadas de rojo y amarillo tiñendo banderas ondeantes made in China. Toda una explosión de orgullo futbolero y patrio en plena convulsión y confusión de los ideales más profundos.
Parece que hemos querido aferrarnos a un símbolo de identidad, como es una bandera, sea del color que sea, como náufragos a la deriva que se aferran a un trozo de madera, para flotar en medio del océano, presas de la incertidumbre, o del miedo a que ni siquiera se otee un pedazo de tierra al que llegar. Quizás la balsa de piedra está demasiado lejos para llegar a nado...
Y es que hace muy poco, quien osaba llevar una simple pegatina con la ilustración de la bandera de este país nuestro en su coche, por ejemplo, ya era tachado de facha, y se exponía a que, en el aparcamiento de cualquier centro comercial en hora punta de compras, cualquier mezquino ignorante clavara su firma con alguna llave a traición en la malograda pintura de tan abanderado vehículo.
Paradojas de la vida, hoy son los mismos que alguna vez tildaron de facha al prójimo (las más de las veces sin tener ni remota idea de lo que este calificativo significa) los que van de paseo con la camiseta de la roja, le han comprado a sus hijos banderitas por doquier, y han gritado un ¡Viva España! en pleno éxtasis mundialista. Aunque nunca generalicemos. De todo hay en la viña del Señor.
La verdad es que nunca he entendido bien esa manía anti-banderas que me rodeaba en los tiempos de la facultad, por ejemplo, cuando lo más in del momento, y lo más moderno era gritarle facha a cualquiera que osara defender remotamente unos colores (véase también la estúpida polémica entre equipos contrarios), o yendo más allá, al más completo absurdo, llamando fascista a todo aquel contrario a los ideales propios...
Una locura que jamás comprendí. Lo achaco a mi carácter pacífico, y al entender que, viviendo en un país democrático, hay que tolerar las ideas de los demás, sin olvidar, eso está claro, las heridas del pasado, pero sí asumiéndolas, aprendiendo de los errores para avanzar, y no culpar de estos errores a todo el que piense diferente.
Por eso, no he sabido si alegrarme por ver tanta banderita roja y amarilla, y tanta exaltación repentina por ser de donde se es, a raiz de una victoria futbolística. Que conste que me gustó ver ganar a nuestros jóvenes futbolistas, claro que sí, pero todo tiene un límite.
Y lo que realmente siento es pavor observando lo volubles que somos, lo rápidamente que viramos de una tendencia a otra (novelería que me diría mi abuela), y que los ánimos exaltados no llevan a nada bueno, eso es seguro. Aunque espero equivocarme de pleno.
De momento, ya van desapareciendo las banderas de las alturas, poco a poco...
Sólo espero que ese sentimiento de unidad, no como país, ni en un símbolo concreto, sino como personas iguales, no tenga fecha de caducidad y caiga en el olvido.
Yo de momento prefiero sentirme, antes que nada, persona, y enorgullecerme (cuando venga al caso, porque hay veces en que casi me puede llegar a avergonzar) de haber nacido aquí, como de haber nacido en cualquier otro lugar, también maravilloso del mundo. Y las tiendas de todo a un euro no han hecho negocio conmigo vendiendo banderitas.
Salud.
4 comentarios:
lo que fue un orgullo para mí era compartir escenario anoche contigo en la Taberna Irlandesa de Prado del Rey, Cádiz, en POESIA DE UNA NOCHE DE VERANO 2010.
Pues nada, ya tengo tu blog y solo me queda invitarte al mío, Hotel Otoño Primavera, para que pases una agradable estancia.
un cordial saludo, estaremos en contacto
Tendríamos un mundo mejor si no hubiese tantas divisiones, fronteras, idiomas, monedas...
Un abrazo.
Lo único que habría que celebrar de la victoria en ese mundial de fútbol es (como afirma Galeano en uno de sus siempre lúcidos artículos) que ganó el que mejor jugó, lo cual no sucede casi nunca. Por lo demás, detesto las fronteras, me parecen la cosa más antinatural del mundo.
Y en cuanto a las banderas, cada uno debería tener la suya, la propia, la que con su esfuerzo y actitud se haya ido tejiendo en la vida (y que en nada se parece, casi nunca, a la del vecino de al lado o la del que todos los días nos da la brasa en el bus).
Pero toda manada necesita un tótem alrededor del cual bailar sus danzas preestablecidas. Y más en época de crisis. Es un dato que probablemente no se pueda conseguir con facilidad, pero me gustaría saber cuántos españoles perdieron su trabajo justo al día siguiente de la "magnífica gesta" como sin duda la definiría algún periódico. Apostaría a que la cifra supera estadísticamente la de otro día cualquiera del mismo mes o trimestre. Una simple corazonada.
Besos desde la lejanía.
maullido desde argentina!!!
te cuento que en mi país las banderitas solo aparecen cuando juega argentina el mundial, vivimos en una constante bipolaridad, o sos una cosa o sos la otra, es agotador no llegar a un consenso y a un equilibrio.
yo no te vendo una banderita de argentina a un euro, te la regalo porque tenemos 500 años en común de hermandad y encuentros cercanos.
podés conocer mi blog: www.elserafodeplata.blogspot.com
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