Ayer fue un día de verano como los de antaño.
Mi madre preparó una sabrosa y madrugadora tortilla de patatas, para hacer esos bocadillos que saben a gloria, y a veranos infantiles.
Echaba de menos esas invitaciones tan familiares que mis padres siempre tienen a bien hacerme, y que tantas veces, durante tantos años, he ignorado por unas u otras circunstancias.
Echaba de menos esas invitaciones tan familiares que mis padres siempre tienen a bien hacerme, y que tantas veces, durante tantos años, he ignorado por unas u otras circunstancias.
Así que allí nos vimos, la familia al completo camino de la Loma del Puerco, playa chiclanera de aguas cristalinas, cargados con todos los bártulos tradicionales para pasar un día estival de lo más típico: sillas, sombrilla, nevera, bolsas con toallas y los bocadillos.
Disfruté de lo lindo. Disfruté de la compañía de mi gente, de los sabores de mi infancia.
Aparqué las preocupaciones durante unas horas, y me dediqué a reir, a saltar las olas, a dejarme acariciar por la mirada satisfecha de mi padre al verme allí, con él, sin tener, por una vez en mucho tiempo, ninguna excusa para salir corriendo a buscar mi vida.
Porque mi vida estaba allí, más completa que nunca.
Ayer fue un día de verano antiguo.
Horas redondas, tiempo maravilloso que volvía a mi en puras bocanadas de aire fresco en una abrasadora tarde de levante en calma...
Creí por un momento estar felizmente atrapada para siempre en una de esas fotos de mi niñez que cuelgo en el corcho del despacho.
Al volver a casa y mirarme al espejo, me sobresalté al verme como soy ahora, a mis treinta y dos años, ya que estaba segura de encontrar a una niña gordita, con ojos inquietos detrás de unas gafas de colores chillones y amplia sonrisa.
Y sonreí, de todas formas, ampliamente, de la forma más sincera y emocionada al comprender que aquello que buscamos siempre, la felicidad, está en las cosas sencillas, ésas que nos negamos a percibir, embotados por el exceso de ruido supérfluo en nuestras vidas.
Salud.
1 comentario:
¡Ah, la felicidad de las cosas sencillas! El bocadillo de tortilla, la alegría en la arena, los recuerdos de la infancia, el abandono de lo superfluo...
Un placer. Enhorabuena,gaditana.
Enrique Gracia Trinidad
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