El sábado 2 de abril Cádiz se despertó con el cielo encapotado, y una fresquita brisa aliviaba las primeras horas, en señal de respeto por lo que iba a suceder a partir de las diez y media de la mañana, frente al muelle, en el Bar Lucero.
Una marea de buena gente congregada para un bello fin, sin otro ánimo que el de pasear juntos, saludarse, compartir la inquietud por las letras, por la cultura, unidos por un hilo invisible de cariño sujetado, justo en ese extremo en que se funde con el infinito y se pierde en las olas, por las manos de un escritor genial, chiclanero y caletero, gaditano y sin fronteras, entrañable y al que todos extrañamos: Fernando Quiñones.
Y esa marea de arte y afecto avanzó, arrasándolo todo, inundando el Pay Pay, salpicando la Plaza de La Catedral, de rincón en rincón, impregnando la piedra ostionera de las paredes de las calles del Cádiz viejo de un aroma nuevo de esperanza, que incluso competía con los olores y el cromatismo del Mercado Central, del Palillero a la casa de Quiñones en Rosario Cepeda, llegando incluso al corazón de la Viña, donde nos esperaban piratas de los buenos que nos llevaron a La Caleta, entre flores, poemas y arenques para terminar por fiesta.
Ahora podemos afirmar que hemos vivido una pleamar espectacular de aguas curativas, que nos ha devuelto por un rato la alegría, sin necesidad de molestar a los ostiones, burgaíllos, ni a los cangrejos moros...
Y eso que nos llevamos en la retina y en el cuerpo.
Porque a veces tener fe e ilusión, y ser capaces de transmitir esa sensación eficazmente, se merece una ovación, y el premio de ver la alegría en los ojos de quienes viven el sueño cumplido, de que todavía seamos capaces de hermanarnos "porque sí", mostrando un nivel altísimo de buena voluntad y todas las ganas de que existan en Cádiz este tipo de iniciativas y de proyectos.
Enhorabuena a todos y todas (ellos saben quienes son) los que han hecho posible este día inolvidable. Sin duda traerá secuelas maravillosas y viviremos las consecuencias. Y ahí estaremos para contarlo.
Y el maestro Fernando Quiñones, esté donde esté, habrá disfrutado sintiendo como su gente se une por una buena causa, y que su obra no se pierde en el vacío, y que somos muchos (y seremos muchos más) quienes admiramos y amamos la huella profunda que nos ha legado.
Fernando, ya sabes que no te olvidamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario