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3 de septiembre de 2013

Gato

Confieso que llegué a la enseñanza con una carencia importante de vocación y que el desánimo, a veces, ha conseguido vencerme.
Cada año, en septiembre, un horizonte de expectativas (a veces muy negras) se abre ante mí. Conoceré a nuevos alumnos, nuevos chicos y chicas que vienen a que yo les suelte el sermón cada día. Ante nueva clase, me siento realmente observada con un escáner de rayos X. ¿Verán mis interioridades? ¿Olerán mi miedo? ¿Podrán conmigo?
Les puedo asegurar que el curso pasado casi lo consiguen (el aumento de horas, los recortes y las poquitas facilidades para trabajar que tenemos los profesores, no contribuyen precisamente a que esta vida elegida y ganada por oposición, sea cómoda).
Sufrir la presión, la exigencia, en casa y en el trabajo, es tremendamente duro. Pero qué les voy a contar yo que ustedes no sepan.
Asumo que para algunos alumnos (y compañeros, pero ese es otro tema) soy "el enemigo". Para otros, una especie de rata de laboratorio con la que hay que experimentar para ver cual es el límite y calibrar mi capacidad de aguante.
Todo no es negativo. Claro que no. Aunque parezca un tópico, la verdadera misión de un docente no es enseñar, sino aprender dentro del micro-cosmos que supone el aula. La diversidad, y la correcta atención de la misma, es fundamental. Solo así es posible localizar a los alumnos "normales", que haberlos haylos, y en abundancia.
Gato (que así lo llamaré yo) es uno de ellos, aunque no es "neurotípico", ni falta que le hace.
Se trata de un joven con Síndrome de Asperger, una "dolencia" (no me gusta este término), nueva para mí.
Tener a Gato entre mi alumnado me asustó.
Temí no atenderle bien. Temí que no me entendiera, o peor aún, no entenderle yo a él. Temí muchísimas cosas.
Me hizo leer, investigar, probar técnicas para aportarle la máxima motivación en un mundo de "neurotípicos" que deberían ser diagnosticados de idiotas.
Lo llamo Gato porque adoro a estos animales, y él para mí es muy especial. Y es que los gatos no son neurotípicos, ni humanos, pero se mueven entre nosotros con una lógica aplastante. Vienen y van, se acercan y se alejan, cuando lo creen conveniente. No fuerzan nada. No son hipócritas. No necesitan empatizar para ser felices, ni están contaminados.
No saben socializarse tal y como nosotros entendemos esa socialización. ¿Y qué?
Algunas veces quisiera ser como él, amar con verdadera pasión lo que me gusta y tener valor para no parar hasta conseguir el objetivo, imbuída de un sueño propio, donde solo caben las personas que realmente importan, sin ningún elemento supérfluo.
Quisiera ser Gato, para soñar de verdad.

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