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9 de enero de 2014

Dormir sobre la nieve

No paro de leer al mismo poeta desde hace meses.
Él me regala libros. Los recibo por correo.
Siempre que llega un sobre y es de él, me invade la misma sensación, mezcla de inquietud y alegría. Pura ansiedad.
En sus libros me habla a mí. Yo le hablo a él también.
Conversamos acerca de dios y versos que viajan en nubes, de insectos, de hormigas, de círculos que asfixian, de libertad, de humo y religión. Conversamos sobre la locura, con locura.
No nos desviamos. Pretendemos no hacerlo. Pero siempre desembocamos en el desconcierto.
Él no lo sabe, pero me he ido a vivir a los márgenes, a las orillas de su isla particular.
Son las cosas de quien sufre el desencanto antes de tiempo, y pretende desnudarse y dormir sobre la nieve, quizás para ahuyentar la inseguridad.

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Si tú supieras el daño que le haces a mi piel cuando trato de rozarte la vida y me niegas el saludo...
  
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No sé si merece la pena todo esto.
Perder más amigos. Editar muchos libros. Extraviar siempre las llaves de casa.

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El cazador tenía un corazón en la mano.
La sangre hervía, a pesar del frío.
Esta vez no miró los ojos de la princesa.

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