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10 de junio de 2015

La ciénaga

Sé que sois muchos los que pasáis por este ático, y las más de las veces, regresáis de vuelta con nada en las manos, ni en el pico.
Me he disculpado cientos de veces, alegando falta de días, de horas, de un rato de vida para mí.
Y no son excusas, en modo alguno, las razones que me impiden escribir, como es de recibo, a diario en el blog, o al menos, un par de entradas a la semana.
Tengo que confesarles que me ha pesado el mundo mucho más de lo habitual.
Que la perplejidad, el desconcierto, la hostilidad en un entorno complicado, lo huidizo y sombrío de miradas que una necesitaba cómplices, el pasar cinco mitades de día en un lugar asfixiante, sin encontrar en las otras cinco mitades restantes el modo de librarme de la suciedad, y centrarme en los ojos de mi hija, y en su conversación, y en sus juegos felices.
La incapacidad de desconexión,
Este pudrirse por dinero. Este soportar vilezas. Esta descomposición lenta del alma, que no tiene vuelta atrás.
Este hundirse, poco a poco en una ciénaga.
Suerte, me reprochan.
¿Suerte? O la vida cuesta abajo.
Pero oigan, sigo viva, a pesar de que alguno, secretamente, desee, de forma obscena, que ya no lo esté. Y ver desaparecer mi presencia contundente, que aplasta, siempre, siempre, siempre, a los insectos.

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El otro día, a través de whatsapp, discutí con amigas. Y el cariño se diluyó, para los restos, enfermo de algoritmidad, desconfianza y falsas etiquetas.
Las fotografías de perfil, triunfantes, se reían de nosotras.
Tenía certezas. El odio encuentra su camino. Se abre paso. Y no atiende a razones.

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Me gusta su compañía. Es como yo. Se parece a mí.
Y se siente igual de sola.
Me gusta que esté conmigo.
Aunque ella no sabe que la acompaño.
Se siente sola. Igual de sola que yo. Quizás, tampoco he sabido a tiempo, de su compañía.

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He conocido a José Luis Morante. Y a las pocas horas de verlo en persona, por primera vez, ya me había presentado mi libro de poemas, con elegancia, y con todo el cariño posible. Lo encontré, y es un regalo.


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