Las personas pueden clasificarse en dos grupos bien diferenciados, y estos se conforman en función de la suerte que tengan en su entorno.
Por un lado, están aquellos que gozan de inmunidad absoluta y un halo
de “intocabilidad” y liderazgo, a los que yo llamo “los que son así”. Y
por otro, los estrellados, los que no tienen derecho a ser de ninguna
manera, ni así ni asá, y podrían presumir de muescas en la nuca.
Hoy me centraré en el primer grupo, y seguro que ustedes conocen
también a algún espécimen que encaja. Yo tengo (y sufro) a un puñado de
ellos que, inexplicablemente campan a sus anchas, siendo “así”, y nadie
les tose. Les pondré varios ejemplos.
Hay algunos de sentido del humor dudoso que basan sus chascarrillos
en los deslices del prójimo y la inferioridad ajena. Pero nadie les
recrimina su grosería, sino al revés, son aceptados, entre aplausos de
aprobación, y cuando alguien saca el dedo gordo del tiesto mostrando
disgusto, se le espeta que Fulano/a es “así”, y hay que joderse.
Luego están los que no tienen obligaciones con nadie, ni
responsabilidad, ni conciencia, ni alma. Son los “así” más complicados
de sobrellevar, porque, para colmo suelen ser de la familia (y ya
sabemos que a la familia, se la defiende con razón o no, por lo que
tienen ventaja añadida). Sí, el tío o tía que no llama por el cumpleaños
del sobrino, o el nieto mayor que se ausenta en el tanatorio cuando
falta el abuelo por haberse ido de juerga y no “apetecerle” estar en
lugares poco divertidos, o el cuñado que no cumple ninguno de los
protocolos establecidos para la convivencia. Todos saben de la actitud
de esa persona, y a pesar de ser un tsunami que arrasa con todo, le va
la mar de bien en la vida y goza incluso de respeto porque “es así”.
También está ese amigo o amiga que “es así”, y te responde que “no le
apetece” ir a la comunión del niño de uno de los colegas de la
pandilla, o que no regala nada en una boda, simplemente porque no le da
real gana. Y siguen teniendo predicamento social…
A una servidora no se le ocurriría decir que no va a tal o cual
sitio, simplemente, porque prefiere estar tirada en el sofá viendo una
serie. Ni tampoco a responder un “estás horrible”, aunque sea verdad,
cuando una amiga pregunta qué tal le sienta ese vestido horroroso.
Me han enseñado desde pequeñita a no herir los sentimientos de nadie.
A ser diplomática. Y a racionar los “noes”. Y no sé hasta qué punto
esto es buena educación, o una condena al batacazo. Es inquietante, sin
duda.
La cuestión, es que los que son “así” suelen llevarlo en la herencia
genética. Es una habilidad innata, por eso les es más fácil. Creo que no
han sido contaminados por las normas, y que si conquistan a los demás
es porque conservan esa naturaleza salvaje, aunque sea, las más de las
veces, desagradable.
También es posible que pueda entrenarse ese “ser así” que todos
llevamos dentro. Es cuestión de tiempo, valor, y mucha paciencia para
soportar las consecuencias y las agujetas. Y es que eso de no hacer
favores, a no ser que sea estrictamente necesario, y cambiar el sí, por
el no, olvidar adrede alguna fecha importante para dejar de ser
“cumplidos”, por ejemplo, es un duro trabajo, requiere de fuerza, y muy
poca vergüenza.
Iba a empezar por no ingresar nada en las cuentas que aparecen en las
tarjetas de invitación a bodas que me llegan por doquier. A mí me pasó
en su día, unos cuantos de los que “son así”, cumplieron (mejor dicho,
no cumplieron) con sus principios de saltarse todo lo saltable, y lo
pasaron de miedo en la mía (mi boda, sí). Pero qué va, ya voy tarde. Y
estoy al borde de la ruina, estrellada, en el segundo grupo. Yo también,
aunque de otra manera, “soy así”.
Léelo en Jerezania.com
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