Ha hecho magdalenas con papá, y se ha dedicado a repartirlas por el vecindario.
Me asusta esa generosidad innata. Reparte magdalenas con un amor impoluto, sin otro interés que divertirse compartiéndolas.
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Las canciones vetadas, a veces irrumpen en mi frágil intento de serenidad. Quiebran el buscado equilibrio.
Es la música de otro tiempo, no sé si mejor. Y yo estaba tan viva, que todo giraba a mi alrededor. Tan fuerte y efímera, como la polilla que describe Virgina Woolf. Entonces, yo, como esa polilla, ya le había sostenido la mirada a la muerte. Pasó de largo. Mi madre la echó de casa.
Tenía los ojos verdes, líquidos. Fingía el llanto. Y desapareció.
.............................
Estabas sentado en un banco. Te vi. No te miré.
Observaste desde lejos mi cotidiano episodio familiar.
Tú, que eres un extraño ahora. Quizás lo fuiste siempre.
Es lo correcto. Así debe ser.
No importa. No duele. Y tampoco pienso ya en las causas del súbito frío en las manos.
De camino a casa, el temblor habrá pasado.
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Escribir. Recuperar mi vida. Organizar la agenda. Abandonar el calor, y este tiempo dulce que no sé valorar.
El consejo de mi padre siempre era el mismo: aprovecha el momento.
Siempre he sido una rebelde. Me arrepentiré seguro.
El Ático de los Gatos
De Rosario Troncoso
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18 de enero de 2017
11 de enero de 2017
Mis poetas también son otros
Cargo a Enrique, el día completo. Mis brazos están hechos a su medida. Y el portátil debe tener un escudo protector invisible, que impide que lo abra, al menos, una vez al día.
Me duelen los poemas dentro, y luchan por irse de mí. Los voy dejando salir.
Qué idiota era yo, cuando procrastinaba sin motivo, el juntar unas letras con otras. No existía esta quemazón.
Ya es 2017.
Apenas he tenido tiempo de despedirme de 2016 como es debido. No lo he besado en los labios. No he abierto la ventana de casa, a medianoche, para liberar los días que ya no están.
No he hecho nada de eso.
Y quizás me siento en deuda con una parte de mí, desde hace tres meses y medio. Pero no me importa.
Me duelen los poemas dentro, y luchan por irse de mí. Los voy dejando salir.
Qué idiota era yo, cuando procrastinaba sin motivo, el juntar unas letras con otras. No existía esta quemazón.
Ya es 2017.
Apenas he tenido tiempo de despedirme de 2016 como es debido. No lo he besado en los labios. No he abierto la ventana de casa, a medianoche, para liberar los días que ya no están.
No he hecho nada de eso.
Y quizás me siento en deuda con una parte de mí, desde hace tres meses y medio. Pero no me importa.
....
Son muy peculiares las "personas trampolín".
Tienen la virtud (o la desgracia), de prestar ayuda e impulso a otras para que éstas salten, y alcancen ciertas metas, ciertos intereses.
En lo literario, y en la vida, abundan los saltadores profesionales, que, después de la inmersión, nunca vuelven arriba. Olvidan el salto. Olvidan la piscina.
....
Mis poetas también son otros. Los de siempre. Los que están en mi biblioteca, y los que duermen en mis recuerdos. Y también, los que me rodean, y son los poetas a los que sí puedo llamar por sus nombres: Javier, Francisco, Hilario, José Luis, Piquero, Eva, Olga, Efi, Miguel, Víctor, Jesús, Ana Patricia, Itziar,...
Espero ser, alguna vez, un nombre de poeta para ellos.
...
Hace unos días me enojé. Pero la poesía no es la culpable de mi frustración.
Quizás es la deslealtad, en toda su amplitud.
El abandono transitorio de los hábitos adquiridos con los años, y las nuevas circunstancias, que solo son adversas cuando se alcanza cierto grado de estupidez.
Lo siento. No volverá a pasar.
23 de noviembre de 2016
Otra Penélope
Todos los días me siento al borde del agua. Espero llegar la marea que inunda el caño. Las gaviotas ya se han acostumbrado a mi presencia, y planean sobre mi sombra, en silencio.
No sé si me compadecen. Quizás solo me observan. Seré para ellas una criatura extraña, de raras costumbres. Nunca me han visto los ojos. Escondo bien el desvalimiento bajo las gafas oscuras.
Hilo deseos, pero me canso y los dejo ir con la corriente.
Todos los días sentada al borde de mi vida, soy otra Penélope, espero que regrese.
......................................................................
Hay tantos matrimonios donde no hay rastro de vida.
Observo sus conversaciones huecas, sus ojos vacíos de luz, sus bocas a oscuras.
Y temo que nos habite el mismo parásito, que todo lo corrompe: la realidad en sobredosis, el tiempo demoledor, siempre..
Quizás, mejor, no seamos matrimonio, ni compromiso, ni lista de la compra, ni nómina maltrecha a fin de mes.
Solo ser manos, brazos, dos bocas que se buscan. Energía. Ganas de verse. Perder el móvil. Olvidar que solo es, aún, un día entre semana.
La ausencia de deseo es la antesala de la muerte.
.......................................................................
Te pongo al pecho. Te alimento. Y no puedo creer que seas tan mío, tan yo, todavía.
Por eso, no entiendo cómo es posible olvidar este poderoso olor a esperanza, a días nuevos. Cómo es posible que el mundo olvide que todas las manos fueron pequeñas, y que todas las bocas se aferraron, a la madre, al único universo conocido. ¿Desde cuándo ya no importa? ¿Cuándo ocurrió, la desmemoria?
Te alimento. Y me devuelves la mirada. Tu primera sonrisa. Y yo me aferro a mi regalo.
Y temo que nos habite el mismo parásito, que todo lo corrompe: la realidad en sobredosis, el tiempo demoledor, siempre..
Quizás, mejor, no seamos matrimonio, ni compromiso, ni lista de la compra, ni nómina maltrecha a fin de mes.
Solo ser manos, brazos, dos bocas que se buscan. Energía. Ganas de verse. Perder el móvil. Olvidar que solo es, aún, un día entre semana.
La ausencia de deseo es la antesala de la muerte.
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Te pongo al pecho. Te alimento. Y no puedo creer que seas tan mío, tan yo, todavía.
Por eso, no entiendo cómo es posible olvidar este poderoso olor a esperanza, a días nuevos. Cómo es posible que el mundo olvide que todas las manos fueron pequeñas, y que todas las bocas se aferraron, a la madre, al único universo conocido. ¿Desde cuándo ya no importa? ¿Cuándo ocurrió, la desmemoria?
Te alimento. Y me devuelves la mirada. Tu primera sonrisa. Y yo me aferro a mi regalo.
29 de agosto de 2016
Flores de melocotón
Ahora cuando estás tan cerca, es la ausencia más real.
Un abismo de agua. El vértigo de saberte perdido. Y que mañana ya no será otro día, después de los besos.
Besos que aún me duelen en los labios, inmóviles. Rendida al vacío y a la tristeza, mi boca. Quizás la tuya también.
Y me duele esa pareja de esta misma tarde, en la playa, tumbados el uno junto al otro, con la joven agitación y toda la esperanza. La herida profunda de observarlos, al otro lado de unas gafas oscuras, envueltos en el mismo olor, y el aire mismo, que antes refrescaba el ardor nuestro, y la urgente ansiedad por devorarnos.
Ahora, estás más cerca que nunca, y quizás recorres las mismas calles, los mismos lugares. Compartimos el mismo aire que ya no huele a nada.
Y el silencio. Y tu rastro en mi vientre que estuvo siempre.
Pero ya no está.
Pasarán los dolores de entuerto, y mis huellas recuperarán su forma. Volverá el deseo a su lugar.
Dormiré otros veinte años.
Melocotones amarillos, cuya piel va separando con cuidado, en suaves tiras, para regalarnos a ella y a mí, flores de melocotón.
Debería amarlo como es debido. Y superar el frío, a pesar de que arde, ahí fuera, el asfalto. Caminar por encima de la culpa, y de los años. Recordar que somos mucho más que las facturas, la hipoteca, y sostener sus manos, asirme a su cintura, aferrarme con toda la fuerza al futuro, y a los días que al principio, tenían tanto sentido.
Nos regala flores de melocotón. Melocotones amarillos, suaves como la rutina al lado de quien sabe conservar la calma.
Debería vivirlo, como es debido.
Leo, para reseñar, una antología de poesía joven.
Maravillan tantas voces frescas, nuevas. Solo me inquieta no saber para qué escriben, realmente. Para sí mismos, imagino. Como todos. O para que los lean aquellos que, con total seguridad, no van a valorar su labor poética, porque están ocupados en escribir para sí mismos, también, y en competir, con un verso mejor, un poema mejor, un libro mejor, mejores resultados en Instagram, más seguidores en Facebook.
Álvaro Valverde afirma que la poesía siempre ha tenido mala salud. Que hay quienes ni siquiera la consideran un género literario. Pero está ahí.
Nadie lee poesía. Nadie compra poesía. Pero está viva, enferma de egolatría, pero viva.
Sigo con la lectura. Tomo notas. Lo mejor, es que siento que se recarga mi energía. No sé si recupero progresivamente la ilusión, o es solo el espejismo, o la perspectiva, de reseñar algo, por encargo, y que me lean, más allá de los que nunca valorarían nada de lo que escribo, a no ser que escriba sobre ellos.
Un abismo de agua. El vértigo de saberte perdido. Y que mañana ya no será otro día, después de los besos.
Besos que aún me duelen en los labios, inmóviles. Rendida al vacío y a la tristeza, mi boca. Quizás la tuya también.
Y me duele esa pareja de esta misma tarde, en la playa, tumbados el uno junto al otro, con la joven agitación y toda la esperanza. La herida profunda de observarlos, al otro lado de unas gafas oscuras, envueltos en el mismo olor, y el aire mismo, que antes refrescaba el ardor nuestro, y la urgente ansiedad por devorarnos.
Ahora, estás más cerca que nunca, y quizás recorres las mismas calles, los mismos lugares. Compartimos el mismo aire que ya no huele a nada.
Y el silencio. Y tu rastro en mi vientre que estuvo siempre.
Pero ya no está.
Pasarán los dolores de entuerto, y mis huellas recuperarán su forma. Volverá el deseo a su lugar.
Dormiré otros veinte años.
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Para M y L. Viviendo su historia de cercaMelocotones amarillos, cuya piel va separando con cuidado, en suaves tiras, para regalarnos a ella y a mí, flores de melocotón.
Debería amarlo como es debido. Y superar el frío, a pesar de que arde, ahí fuera, el asfalto. Caminar por encima de la culpa, y de los años. Recordar que somos mucho más que las facturas, la hipoteca, y sostener sus manos, asirme a su cintura, aferrarme con toda la fuerza al futuro, y a los días que al principio, tenían tanto sentido.
Nos regala flores de melocotón. Melocotones amarillos, suaves como la rutina al lado de quien sabe conservar la calma.
Debería vivirlo, como es debido.
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Leo, para reseñar, una antología de poesía joven.
Maravillan tantas voces frescas, nuevas. Solo me inquieta no saber para qué escriben, realmente. Para sí mismos, imagino. Como todos. O para que los lean aquellos que, con total seguridad, no van a valorar su labor poética, porque están ocupados en escribir para sí mismos, también, y en competir, con un verso mejor, un poema mejor, un libro mejor, mejores resultados en Instagram, más seguidores en Facebook.
Álvaro Valverde afirma que la poesía siempre ha tenido mala salud. Que hay quienes ni siquiera la consideran un género literario. Pero está ahí.
Nadie lee poesía. Nadie compra poesía. Pero está viva, enferma de egolatría, pero viva.
Sigo con la lectura. Tomo notas. Lo mejor, es que siento que se recarga mi energía. No sé si recupero progresivamente la ilusión, o es solo el espejismo, o la perspectiva, de reseñar algo, por encargo, y que me lean, más allá de los que nunca valorarían nada de lo que escribo, a no ser que escriba sobre ellos.
4 de julio de 2016
Una mota de polvo más.
Subo a tender ropa a la azotea, y veo el mar a lo lejos, y el puente nuevo que lleva a Cádiz. Se intuye el pinar que se asoma a nuestra playa.
Los actos cotidianos, los más simples, me conectan la emoción más profunda. Me alejan del ruido.
Tender la ropa, las prendas de la casa y de mi vida ahora, prendida de alfileres. Y la vista perdida en un horizonte, o un recuerdo, que solo a mí me pertenece.
Han sido días intensos. Una editorial nueva. Un libro nuevo. Amigos. Caras amigables. Palabras cariñosas. Piropos. Prensa. Brindis. Reconocimiento.
Una balsa de aceite. Océano en calma.
Y me repito como un mantra: todo va bien. A pesar del miedo. A pesar de la sed.
Los actos cotidianos, los más simples, me conectan la emoción más profunda. Me alejan del ruido.
Tender la ropa, las prendas de la casa y de mi vida ahora, prendida de alfileres. Y la vista perdida en un horizonte, o un recuerdo, que solo a mí me pertenece.
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Han sido días intensos. Una editorial nueva. Un libro nuevo. Amigos. Caras amigables. Palabras cariñosas. Piropos. Prensa. Brindis. Reconocimiento.
Una balsa de aceite. Océano en calma.
Y me repito como un mantra: todo va bien. A pesar del miedo. A pesar de la sed.
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Ayer, tuve un instante de tu luz en las manos. Volátil. Tenue, como permanece en la piel, el perfume de un amante, tras la despedida. Un recuerdo.
Y la cama, y la vida, huecas, igual que las calles al regresar de ti.
Qué difíciles son esos momentos de terrible vacío, de los que ni siquiera nos salva la poesía.
Y la cama, y la vida, huecas, igual que las calles al regresar de ti.
Qué difíciles son esos momentos de terrible vacío, de los que ni siquiera nos salva la poesía.
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Soy valiente.
Debo serlo.
Y camino con cinco años de vida de la mano, y unos meses de placenta y sangre, detrás del ombligo.
Camino, eterna, y convencida de la eternidad. Abrumada por el milagro.
Asustada siempre, en la medida justa. Y despierta....
Yo no sé nada de Dios. Pero a veces su aliento me muestra la ruta, y sus dedos abren la maleza. Calman sus labios el dolor.
Soy pequeña. Una mota de polvo más.
Pero soy valiente.
Debo serlo.
Debo serlo.
Y camino con cinco años de vida de la mano, y unos meses de placenta y sangre, detrás del ombligo.
Camino, eterna, y convencida de la eternidad. Abrumada por el milagro.
Asustada siempre, en la medida justa. Y despierta....
Yo no sé nada de Dios. Pero a veces su aliento me muestra la ruta, y sus dedos abren la maleza. Calman sus labios el dolor.
Soy pequeña. Una mota de polvo más.
Pero soy valiente.
Debo serlo.
2 de mayo de 2016
La cáscara de un barco viejo
Estoy desarrollando una aversión un tanto extraña: a hablar por teléfono.
Antes, adoraba estar horas y horas, conversando sobre cualquier tema. Ahora, me causa desesperación una charla demasiado larga. No sé cómo escabullirme. No veo el momento de colgar.
Y hay algunas personas que dilatan esa espera. Hablan y hablan, sin parar, y se me agotan las excusas.
Últimamente, prefiero escribir. El correo electrónico. O unos ojos enfrente. Y un café.
Sí. Estoy desarrollando manías nuevas. O quizás es que busco desesperadamente un caparazón, o la cáscara de un barco viejo, para esconder mi sombra.
He vuelto a nuestra playa.
Todavía no es verano, pero se intuye, en el olor del mar, que todo comienza de nuevo.
Los días que vienen serán distintos. Y lo fueron, también, los días primeros de calor, el año pasado.
Vuelvo a nuestra playa con ella, pequeña y milagrosa. Logro disipar el miedo a los fantasmas, sonriéndole, cuando saluda desde la orilla.
Sus juegos alegres son sobre las huellas nuestras. Es mi alegría, y crece ajena a tanto desconsuelo.
Habitada de nuevo, me late el futuro dentro.
Hay miedo al dolor. Al dolor que tú puedas sentir, pequeño.
Quisiera ocultarte, y que el tiempo pasara de largo.
Hacerte inmune a las heridas, al terrible frío en el desvalimiento. Que seas indiferente ante la ausencia de Dios.
Y protegerte, como ahora, en líquido amor, de los golpes, del ruido, del mundo que despedaza.
Alejarte, entre mis brazos, de la noche inevitable.
Antes, adoraba estar horas y horas, conversando sobre cualquier tema. Ahora, me causa desesperación una charla demasiado larga. No sé cómo escabullirme. No veo el momento de colgar.
Y hay algunas personas que dilatan esa espera. Hablan y hablan, sin parar, y se me agotan las excusas.
Últimamente, prefiero escribir. El correo electrónico. O unos ojos enfrente. Y un café.
Sí. Estoy desarrollando manías nuevas. O quizás es que busco desesperadamente un caparazón, o la cáscara de un barco viejo, para esconder mi sombra.
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He vuelto a nuestra playa.
Todavía no es verano, pero se intuye, en el olor del mar, que todo comienza de nuevo.
Los días que vienen serán distintos. Y lo fueron, también, los días primeros de calor, el año pasado.
Vuelvo a nuestra playa con ella, pequeña y milagrosa. Logro disipar el miedo a los fantasmas, sonriéndole, cuando saluda desde la orilla.
Sus juegos alegres son sobre las huellas nuestras. Es mi alegría, y crece ajena a tanto desconsuelo.
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Habitada de nuevo, me late el futuro dentro.
Hay miedo al dolor. Al dolor que tú puedas sentir, pequeño.
Quisiera ocultarte, y que el tiempo pasara de largo.
Hacerte inmune a las heridas, al terrible frío en el desvalimiento. Que seas indiferente ante la ausencia de Dios.
Y protegerte, como ahora, en líquido amor, de los golpes, del ruido, del mundo que despedaza.
Alejarte, entre mis brazos, de la noche inevitable.
19 de abril de 2016
En línea
Estoy aprendiendo a vivir sin pensarte.
Pero tus raíces son profundas en mis conexiones neuronales. Los átomos de mi existencia, colisionan, una y otra vez, con tu nombre.
Si me siento recaer, cuento hasta cien. Respiro. Vuelvo a contar. Procuro alejarme del mar, del sol.
Y he logrado grandes progresos.
Ahora, no estoy pensando en ti.
..................................................
La misma de las fotografías, la que sonríe a la cámara, como queriendo convencer a alguien de que sí, que soy yo, la que tiempo después, observará con extrañeza la sonrisa inerte, previa a las cenizas.
...................................................
Las crueles maravillas del futuro, en el presente. Mi cuerpo en modo silencio, ya no vibra.
Cuántas opciones para el abandono. Y envío otro mensaje embotellado al océano, con un suspiro, una exhalación última, de lo que antes era carne, y labios.
Mensajes en botellas, varados en pantallas táctiles.
Sigues "en línea", y sueño que te oigo respirar. Última conexión: hora infinita.
Pero tus raíces son profundas en mis conexiones neuronales. Los átomos de mi existencia, colisionan, una y otra vez, con tu nombre.
Si me siento recaer, cuento hasta cien. Respiro. Vuelvo a contar. Procuro alejarme del mar, del sol.
Y he logrado grandes progresos.
Ahora, no estoy pensando en ti.
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La misma de las fotografías, la que sonríe a la cámara, como queriendo convencer a alguien de que sí, que soy yo, la que tiempo después, observará con extrañeza la sonrisa inerte, previa a las cenizas.
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Las crueles maravillas del futuro, en el presente. Mi cuerpo en modo silencio, ya no vibra.
Cuántas opciones para el abandono. Y envío otro mensaje embotellado al océano, con un suspiro, una exhalación última, de lo que antes era carne, y labios.
Mensajes en botellas, varados en pantallas táctiles.
Sigues "en línea", y sueño que te oigo respirar. Última conexión: hora infinita.
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