Hay momentos en la vida en que para ser feliz (a ciegas) no
se deben leer ciertos libros.
Pero lo que dicta el sentido común es justo lo contrario y
es necesario ilustrarse, saber, leer todo aquello que signifique lucidez, todo
lo que aporte luz, a unos tiempos oscuros.
Uno de esos libros, más obligados
que recomendados, es Todo lo que era
sólido de Antonio Muñoz Molina. Lejos de reseñarlo, pues no es lo que
pretendo, afirmaré que más que un ensayo sobre la sociedad, sobre la realidad,
es un aviso, casi a gritos, de que todo se desmorona ahora, como se ha
desmoronado siempre, y que lo que está ocurriendo es producto de un proceso que comenzó hace
décadas. A partir de esta lectura (debemos agradecer que existan estas
maravillas, al menos, y que no esté todo perdido), es más fácil todavía abandonarse
a la reflexión. Es un poderoso impulso para mirar con ojos críticos, y ver
realmente como son los días que estamos viviendo.
Sobrecoge pensar que no hay
refugios seguros, ni tenemos un pase VIP para el búnker más cercano, que
vivimos a la intemperie y que nuestra hipotecada casa ha caído, desde hace
tiempo, al mismo río furioso que todo se lo lleva.
Tampoco es mi intención ser
agorera, ya que aún respiramos., y mientras sea así, es posible terminar de
arreglar todos los tejados.
Lo cierto, es que quizás ya no
vale con remendar un descosido con un chapú,
pegar de mala manera los azulejos cuando se van cayendo, dejando desdentada una
cocina entera, ni apuntalar el techo del patio, por si acaso cede y nos aplasta.
Creo que ya llegó la hora del
derrumbe controlado, de la explosión a conciencia, y de conservar los cimientos
o algún muro, si es que hay piedra ostionera debajo del pladur o el cartón
piedra. Algo debe merecer la pena, bajo los escombros. Pero de momento, todo es
dudoso. La incertidumbre está en el aire.
Estudiar para un trabajo
vitalicio, aspirar a una propiedad (sí, aspirar, porque muchos de los que hemos
picado, no veremos cumplida tal aspiración hasta los sesenta y siete años como
mínimo, así que suicidarse antes es pecado doble), creer en Dios, la Patria y
el Rey… ya no sirve. Ya nada sirve.
Hay que buscar la forma de
rediseñar previamente un lugar habitable, apto para estar, para vivir,
sostenible y lo más sólido posible, incluso a prueba de maremotos, pero antes
del maremoto. Si es después, ya, tampoco sirve. Ya nada sirve.
Podríamos empezar, y sé que
podemos, tolerando, leyendo, reflexionando, escribiendo, construyendo, y todos
los gerundios que de verdad aporten algo, y sumen, nunca resten.
Mientras, no perdamos de vista
los puntales, sobre todo en Cádiz, donde no son metáfora de nada, y se pueden
ver y tocar.
Salud.
1 comentario:
Reconstruirse... a lo largo de nuestras vidas, ¿cuántas veces ejerceremos esa tarea?
Publicar un comentario