Las pasadas fiestas obsequié a mi madre con el último boom editorial de la
autoayuda (lo calificaría así, más que entre aquellos tratados de
sociología o psicología de la empresa). Ella colecciona este tipo de libros. Le divierten. Menos mal que mantiene una correcta higiene mental, y disfruta de un sentido crítico admirable. Así que he de respetar su afición.
El título, "Gente Tóxica". El
autor, Bernardo Stamateas.
Le he echado un vistazo rápido. A lo mejor me he notado mis niveles de toxicidad
demasiado altos. No lo he podido soportar. Se trata de esos libros que elevan mi mala leche al infinito.
No creo que sea necesaria una
clasificación exhaustiva de cada uno de los ejemplares dignos de
estudio, viendo el modus operandi, respetable y rentable, de Stamateas, ya que, al cruzarnos con el vecino, seguro que le veríamos,
colgada de la oreja, una etiqueta imaginaria: "ejemplar
envidioso", "ejemplar mediocre", "ejemplar neurótico", etc.
Si me lo permiten, yo resumiría el libro rápidamente.
Hay gente "sana" y gente que no lo es, ni lo va a ser nunca, porque no lo traen en el lote hereditario. Mala suerte.
Hay personas que contagian serenidad. Equilibradas, agradables, buenas.
Son seres rodeados de esa irradiación luminosa inmaterial que llamamos "aura", o buen rollo, para entendernos.
Y esos seres son fácilmente reconocibles, porque son muy pocos, y brillan, destacan, aunque pretendan ser discretos. Los vemos y los intuimos. Queremos elegirlos y que nos elijan, y brillar también.
Pero lo que más abunda es lo contrario. Personas que no tienen ni una pizquita de luz. Gente que da grima desde el primer encuentro. Gente "chunga". Gente muy cabrona, con perdón.
Es fácil discernir, escoger bien, seleccionar lo que es correcto, y encendernos algo dentro, si es que encontramos el interruptor.
Lo malo es que perdemos mucho tiempo haciendo caso omiso a la intuición, ese detector que tenemos todos (sí, lo del "viejo en la barriga" que me decía mi abuela) que nos avisa, y no se equivoca, acerca de posibles y cercanos elementos contaminantes.
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En ayunas y a las nueve y media de la mañana, me han extraído sangre.
Me habían citado una hora antes.
Llegué. Comuniqué mis datos a la enfermera. Me puse a la cola.
Mientras espero, casi una hora, que llegue mi turno, con los dos tubitos que contendrán la información acerca de qué se cuece en mi interior, si algo bueno o algo malo, me invaden pensamientos apocalípticos.
Cuando me dicen que pase, me cruzo con un señor muy simpático (véase la ironía) que me espeta con su gracejo muy gaditano, y de buena mañana: Ojú, te va a tocar el novato. Ese no encuentra las venas y te hace "boquetes" por todos lados...
Qué arte.
Si el mundo se acaba, espero que no me pille en el ambulatorio...
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