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27 de enero de 2013

Burbuja

Acaba de concluir una semana extraña en lo personal. Las pequeñas pérdidas de estima, o las grandes traiciones de la vida, y las personas que en ella van dejando su rastro,  forman parte del mismo espejimo, del mismo sopor del que despierto para seguir adelante, intentando que las anclas pesen menos. Imaginar, al menos, que pesan menos.

Serán nimiedades mis tribulaciones pequeñas. Pero son suficientes para mantenerme ensimismada y a salvo de los cascotes de un mundo cayéndose a pedazos. Al menos de momento.
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El martes pasado acudí a un programa de radio en Jerez llamado La Noche Sonámbula, de El Caífa (Álvaro Caputto) para Sol FM.
Mi amiga, la poeta Josefa Parra, y yo, éramos las invitadas.
La Fundación Caballero Bonald, más concretamente el mismísimo despacho de nuestro más cercano y querido Premio Cervantes, fue el lugar desde el que se retransmitió un programa de música y versos.
Ya hacía tiempo que no me invitaban a leer en la radio, y la cita me ilusionaba. Intuía que quizás me sacaría del letargo de días anteriores, y me aliviaría de esta sensación extraña que últimamente me agarrota la voluntad y me impide el disfrute de leer en público textos propios: es un sentido del ridículo nuevo, y sano, quiero pensar.
La compañía, la complicidad que se creó entre los tres, la lluvia tras los cristales, el olor a poesía que rezumaba la estancia, la exquisita selección de melodías jazzísticas realizada por el melómano Caputto, convirtieron la cita en una tarde muy agradable y balsámica para las heridas y escozores recientes.

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Y nunca me gustaron las discotecas ni los conciertos multitudinarios, por ejemplo.
Sí, es miedo.
Una pasión ancestral que nos mantiene en tensión, alerta, y nos prepara para huir o para luchar.
A mí de momento me incita a buscar anuncios de búnkers, en venta o alquiler, en las inmobiliarias.
También me valen las burbujas de acristalamiento doble, aisladas de la radio y la televisión, con un potente filtro depurador del aire y las noticias. A prueba de ladrones de toda índole, incluídos los de ideas.
Una burbuja donde esconder el tiempo que me queda, y convencer a las personas que me conviven, para que se encierren junto a mí, lejos, muy lejos.

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