Como últimamente estoy aprendiendo a manejar mis emociones, eliminar la negatividad y gestionar correctamente la energía (no, no me ha captado ninguna secta), mantendré mis pensamientos constructivos, y desecharé el miedo.
Hoy tengo una reunión.
Y el éxito está muy en alto. Toca buscar una buena escalera.
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Tengo que hacer dieta. Aún no he decidido cómo. Como, mientras me decido.
Sigo siendo, aunque por poco tiempo, una versión amplificada de mí misma. A veces no me reconozco ante el espejo. Pero es solo una excusa. Nunca me he reconocido bien del todo.
Un hambre atroz, y feroz se apodera de mi voluntad, solo de pensar en el momento en que comenzaré a restringir el placer traicionero de los hidratos de carbono.
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Nunca pensé que reconocería algo así: siento envidia de mi madre.
La adoro, porque es mi madre. Y aunque siempre la he admirado, yo tenía otras inquietudes.
No entendía, antes, el motivo que la llevó a abandonar su acomodado empleo, siendo prometedora su carrera.
No entendía cómo había podido renunciar a ser ella misma, a ganar dinero, a tener independencia, a realizarse en lo personal y profesional.
No entendía cómo no tenía ambiciones.
No entendía cómo había sido capaz de dejarlo todo para dedicarse a mí.
Estaría muy mal que yo me quejara de mi vida, renegar de la gran suerte de tener un puesto de trabajo, de tenerlo todo para sentirme realizada profesionalmente.
Pero yo no sé hasta qué punto me compensa ir por la vida con un portafolios, un coche propio (lastre número uno) y pagar a medias una hipoteca (lastre número dos), con mucha dignidad, claro.
Y es que no sé dónde está la realización personal, y no le encuentro el placer, por más que lo busco, a dejar la casa abandonada y sin rumbo, hasta que llega el fin de semana y su sacrificado domingo de limpiezas generales y organización de la semana.
No disfruto ni me siento una ejecutiva sexy cuando tengo que dejar a mi bebé antes de que amanezca, y menos divertido aún me parece que mi hija no disfrute de lo que yo sí disfruté: ver a su madre nada más despertarse y compartir todas las mañanas.
Sé que mis amigas y lectores feministas van a apuntarme a su lista negra.
Pero qué quieren que les diga, desconozco qué es aquello que hemos ganado, y sí tengo muy presente todo lo que hemos perdido por el camino.
Y es que no sé dónde está la realización personal, y no le encuentro el placer, por más que lo busco, a dejar la casa abandonada y sin rumbo, hasta que llega el fin de semana y su sacrificado domingo de limpiezas generales y organización de la semana.
No disfruto ni me siento una ejecutiva sexy cuando tengo que dejar a mi bebé antes de que amanezca, y menos divertido aún me parece que mi hija no disfrute de lo que yo sí disfruté: ver a su madre nada más despertarse y compartir todas las mañanas.
Sé que mis amigas y lectores feministas van a apuntarme a su lista negra.
Pero qué quieren que les diga, desconozco qué es aquello que hemos ganado, y sí tengo muy presente todo lo que hemos perdido por el camino.
1 comentario:
Te entiendo desde lo más profundo.El equilibrio es la opción que ahora podemos elegir y nuestras abuelas no.¿Reducción de jornada? Te quiero mucho,gatita. Aunque dices que no, dentro de ti hay una equilibrista. Búscala, chica-ayudante de mago.MON
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