Libertad
para ser ineficiente y desgraciado. Libertad para ser una clavija redonda en un
agujero cuadrado.
Aldous Huxley.
Un Mundo Feliz.
Desde hace unas semanas
tengo un móvil de lo más completito, con multitud de pijadas absurdas, pero que
oye, te complican la vida la mar de bien.
Tengo una aplicación
que me manda un mensaje si es el cumpleaños de alguien importante en mi vida
(las más de las veces son desconocidos). Otra que me notifica que mi cuenta
bancaria está a punto de ser roja, e incluso, un programita que me indica el
primer día de mi ovulación y mis días más fértiles (ya podía haber una para
indicar qué días son los adecuados para quedarse en la cama, pero para morirse,
ya puestos).
Ahora entiendo mejor el
incómodo silencio en la sala de espera en el dentista, la falta de contacto
real y el poder de ese mundo paralelo que abduce e idiotiza los sentidos.
La cuestión es que no
se puede criticar, que todo cae encima, y yo, muy sensata, que resistí al
máximo la tentación de adquirir un cacharro de estos, ahora duermo con él bajo
la almohada, le susurro palabras de amor y vibro (en realidad vibra él) cada
cinco segundos al tenerlo cerca, concretamente en el bolsillo trasero del
pantalón.
Pero no todo es
felicidad táctil e inmediata. También es fuente de sinsabores.
Se sufre mucho si se
descubre que alguien a quien le mandas un whatsapp,
de lo más trabajado, e incluso poético, abundante en recursos literarios y tiernos
iconos amistosos, tiene más guasa de la que podías imaginar.
Esperas un tiempo
razonable. No contesta. Tengo la certeza de que sí que lo ha visto y lo ha
leído. No contesta. Pasan dos horas. No contesta, y veo que el malvado sujeto
en cuestión está “en línea”, con alevosía, ignorando de manera cruel, adrede,
completamente adrede, mis muestras de cariño.
Para estos casos
también hay una aplicación que avisa de la taquicardia aguda que voy a sufrir
en breve. Hiperventilo, y en ese justo instante, no se sabe cómo, llega un correo
nuevo, justo a tiempo: a ver si es ÉL.
El dedo índice derecho,
cobra vida propia y acaricia la superficie inteligente para abrir la novedad, y
es un spam, horror, que reza así: ¿Tienes problemas de autoestima? Con nuestro
equipo de coaches especializados, por 200 euros, te ayudamos. ¿Un coach?
¿Qué es un coach? ¿Y qué tiene que ver conmigo?
Descorazonada y
deprimida, entro en otro vergel de exhibicionismo pasional, a ver si encuentro
algo que me permita evadirme de mi terrible padecimiento: Facebook.
Ahí descubro que el
sujeto que sigue sin contestarme, ha subido ocho fotos hace veinte segundos,
desde un bar con un grupo de personas, y ninguna soy yo, porque no estoy,
porque estoy en un habitáculo cerrado pegada a un móvil flotando en su
hipnótica luz azul. Mi gesto demacrado, en el reflejo de la pantalla, se me
antoja completamente verde, y sin expresión.
Llega un mensaje nuevo
a la red social. Tampoco es el ÉL. Una página de psicología e inteligencia
emocional solicita mi amistad. ¿Qué es esto? ¿Cómo lo saben? ¿Quién me espía
los pensamientos? Es de locura, pero sí, lo saben. Todo es un complot.
No quiero llorar, por
si las lágrimas dañan el LCD de mi pequeño Smartphone. Me contengo, pero borro,
elimino, bloqueo y suprimo, con saña, al sujeto que está en el bar con
personas, en las fotos, y que no me contesta.
Tengo hambre. Entro en google y busco “restaurantes”. Aparecen
todos los que hay alrededor de mi casa, y eso que vivo en las afueras de la
ciudad, y el gps se pierde para
llegar a mi calle. Será casualidad.
Marco el número del
Kebab de la esquina. No me apetece salir de aquí. Podría perder la cobertura.
Pasa un rato, y llaman a la puerta, pero al incorporarme siento presión y algo
clavado en la espalda. Es extraño, pero no duele. Palpo, con la mano que me
deja libre el móvil: es un puerto USB en mitad de las vértebras y un cable.
Sigo su trayectoria.
Termina en la pared. Lo sabía. Tengo que desenchufarme. Tiro con fuerza. Por
fin soy libre. Pero ya no tengo batería…
Al despertar miro a mi
lado, y ahí está el criminal sujeto de los desaires virtuales. Duerme,
plácidamente, ajeno a mi pesadilla. Le beso y me vuelvo a dormir. Preferimos
los bares. Ni a ÉL ni a mí nos gusta la tecnología.
2 comentarios:
Me has hecho sonreir un rato mientras te leía y lo hago desde el sofa, asomada a mi tablet... ya ves, también la tecnología tiene sus pros.
¡Hola preciosa! Muchas gracias por leerme. Siempre es grato descubrir que te leen los amigos. Y aún mejor es saber que te he arrancado una sonrisa. Qué buen día pasamos el sábado. A ver si repetimos.
Un beso enorme.
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