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4 de abril de 2013

ANDROIDE


Libertad para ser ineficiente y desgraciado. Libertad para ser una clavija redonda en un agujero cuadrado.

Aldous Huxley. Un Mundo Feliz.

Desde hace unas semanas tengo un móvil de lo más completito, con multitud de pijadas absurdas, pero que oye, te complican la vida la mar de bien.
Tengo una aplicación que me manda un mensaje si es el cumpleaños de alguien importante en mi vida (las más de las veces son desconocidos). Otra que me notifica que mi cuenta bancaria está a punto de ser roja, e incluso, un programita que me indica el primer día de mi ovulación y mis días más fértiles (ya podía haber una para indicar qué días son los adecuados para quedarse en la cama, pero para morirse, ya puestos).
Ahora entiendo mejor el incómodo silencio en la sala de espera en el dentista, la falta de contacto real y el poder de ese mundo paralelo que abduce e idiotiza los sentidos.
La cuestión es que no se puede criticar, que todo cae encima, y yo, muy sensata, que resistí al máximo la tentación de adquirir un cacharro de estos, ahora duermo con él bajo la almohada, le susurro palabras de amor y vibro (en realidad vibra él) cada cinco segundos al tenerlo cerca, concretamente en el bolsillo trasero del pantalón.
Pero no todo es felicidad táctil e inmediata. También es fuente de sinsabores.
Se sufre mucho si se descubre que alguien a quien le mandas un whatsapp, de lo más trabajado, e incluso poético, abundante en recursos literarios y tiernos iconos amistosos, tiene más guasa de la que podías imaginar.
Esperas un tiempo razonable. No contesta. Tengo la certeza de que sí que lo ha visto y lo ha leído. No contesta. Pasan dos horas. No contesta, y veo que el malvado sujeto en cuestión está “en línea”, con alevosía, ignorando de manera cruel, adrede, completamente adrede, mis muestras de cariño.

Para estos casos también hay una aplicación que avisa de la taquicardia aguda que voy a sufrir en breve. Hiperventilo, y en ese justo instante, no se sabe cómo, llega un correo nuevo, justo a tiempo: a ver si es ÉL.
El dedo índice derecho, cobra vida propia y acaricia la superficie inteligente para abrir la novedad, y es un spam, horror, que reza así: ¿Tienes problemas de autoestima? Con nuestro equipo de coaches especializados, por 200 euros, te ayudamos. ¿Un coach? ¿Qué es un coach? ¿Y qué tiene que ver conmigo?
 
Descorazonada y deprimida, entro en otro vergel de exhibicionismo pasional, a ver si encuentro algo que me permita evadirme de mi terrible padecimiento: Facebook.
Ahí descubro que el sujeto que sigue sin contestarme, ha subido ocho fotos hace veinte segundos, desde un bar con un grupo de personas, y ninguna soy yo, porque no estoy, porque estoy en un habitáculo cerrado pegada a un móvil flotando en su hipnótica luz azul. Mi gesto demacrado, en el reflejo de la pantalla, se me antoja completamente verde, y sin expresión.
 
Llega un mensaje nuevo a la red social. Tampoco es el ÉL. Una página de psicología e inteligencia emocional solicita mi amistad. ¿Qué es esto? ¿Cómo lo saben? ¿Quién me espía los pensamientos? Es de locura, pero sí, lo saben. Todo es un complot.
No quiero llorar, por si las lágrimas dañan el LCD de mi pequeño Smartphone. Me contengo, pero borro, elimino, bloqueo y suprimo, con saña, al sujeto que está en el bar con personas, en las fotos, y que no me contesta.
 
Tengo hambre. Entro en google y busco “restaurantes”. Aparecen todos los que hay alrededor de mi casa, y eso que vivo en las afueras de la ciudad, y el gps se pierde para llegar a mi calle. Será casualidad.
 
Marco el número del Kebab de la esquina. No me apetece salir de aquí. Podría perder la cobertura. Pasa un rato, y llaman a la puerta, pero al incorporarme siento presión y algo clavado en la espalda. Es extraño, pero no duele. Palpo, con la mano que me deja libre el móvil: es un puerto USB en mitad de las vértebras y un cable.
Sigo su trayectoria. Termina en la pared. Lo sabía. Tengo que desenchufarme. Tiro con fuerza. Por fin soy libre. Pero ya no tengo batería…
 
Al despertar miro a mi lado, y ahí está el criminal sujeto de los desaires virtuales. Duerme, plácidamente, ajeno a mi pesadilla. Le beso y me vuelvo a dormir. Preferimos los bares. Ni a ÉL ni a mí nos gusta la tecnología.

2 comentarios:

M. CARMEN SÁIZ NEUPAVER dijo...

Me has hecho sonreir un rato mientras te leía y lo hago desde el sofa, asomada a mi tablet... ya ves, también la tecnología tiene sus pros.

Rosario Troncoso dijo...

¡Hola preciosa! Muchas gracias por leerme. Siempre es grato descubrir que te leen los amigos. Y aún mejor es saber que te he arrancado una sonrisa. Qué buen día pasamos el sábado. A ver si repetimos.
Un beso enorme.