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16 de enero de 2014

Que no seamos nosotros

Hoy no ha sonado el despertador.
Pero las ánimas me han abofeteado las mejillas a tiempo, y eso que ya no les rezo.
Despertar a golpes. Sacudirse los restos de sueño del cabello y las manos, mientras se conduce.
Intentar que bajen las pulsaciones, sintonizando las noticias. Y no conseguirlo.
Llegar al trabajo, como recién recuperada de un coma profundo.
Mal empieza este jueves de lluvia. Y mis labios, sin tiempo para carmín.

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Ayer, a través de la ventana del restaurante, observábamos a una pareja. No eran jóvenes. Por fuera, no lo eran. Más bien, todo lo contrario.
Se prodigaban arrumacos, largos besos en medio de la calle. Las manos de él, aferrándose a ella, como queriendo atravesar el abrigo, el jersey, la blusa. Ella ruborizada y erótica. Dispuesta.
Una pasión muy urgente. Quizás ridícula, a nuestro ojos...
Me miraste, y te miré.
Ambos pensamos lo mismo. Y seguimos hablando de los muebles que nos faltan, sin apartar las intenciones del segundo plato del menú.
Seguramente, esos dos, estarán drogados, o andarán engañando a alguien, o se divorciaron hace mucho, y se han vuelto a descubrir, o están locos, o simplemente, nos duele, que no seamos nosotros.
 
 
 


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