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9 de marzo de 2014

Es otra cosa

Las canciones de Julio Iglesias me llevan, directamente, a mi infancia y al hilo musical del hotel de Benalmádena en el que, verano sí, verano no, me alojaba con mis padres para visitar ese parque de atracciones donde convivían las actuaciones estelares de Isabel Pantoja, con los espectáculos de bailarinas de can can.
A la vuelta de esas mini-vacaciones esperaban la playa de siempre, los polos de fresa con los primos, sentados en la orilla, y Michael Knight llamando a Kitt desde el televisor de la salita del piso de Cádiz. Mi casa.
Eran tiempo dulces. 


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Una se pregunta para qué, casi a diario. 
También por qué, y cómo, y dónde. Y nunca llega una respuesta que satisfaga la duda que se aloja, como una tenia, en algún lugar de las entrañas.

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No sirvo para ser política. La diplomacia no es lo mío.  Eso de dorar la píldora, halagar sin ánimos para ello, elogiar a una persona a la que no soportas... no sé. No sirvo para eso. Nunca he servido. Si alguna vez lo intento, se me nota, y me provoca asco, un asco profundo. Y claro, toda la estrategia se va a tomar viento.
Las cosas se consiguen o no. El éxito llega si realmente tiene que llegar. Pero, ¿y si no llega? 
Pues a lo mejor el éxito es que éste no llegue. Y mantenerse lejos de lo que rodea a aquello que entendemos por éxito, por gloria, por triunfo. 
Cuando he estado cerca, cuando lo he rozado, se me han marchitado las flores entre las manos, y se han abierto más los ojos. Es mejor, a veces, que no se abran. Caminar a ciegas por el mundo, disfrutando de lo que podría ser, y no de lo que es. Porque lo realmente es, podría resultar decepcionante.


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La poesía no es jugar al ajedrez.
La poesía es otra cosa.
Hay que respetarla, amarla, darle calor, alimentarla.
La poesía te elige o no. Pero no tiene nombres concretos.
La poesía no es un juego, ni de egos, ni de brindis, ni de nada.
La poesía es otra cosa.


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Me reprochan que me entrego en cuerpo y alma. Que doy la piel, y las tripas, y el pelo, y los ojos, y las manos, y los pies.
Y que así soy algunos días: un muñón ciego.
Pero soy capaz de regenerarme. Para volverme a entregar.

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Me deprimen las calles del carnaval. El tener que cantar de forma obligatoria. Los disfraces forzosos. Las aterradoras máscaras. Miseria y caos en cabalgata.

Las calles del carnaval, después del carnaval, son viento frío que remueve y arrastra los restos de papelillos, serpentinas y botellas vacías. 

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