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28 de marzo de 2014

Existencia

Él dice que vive el hoy. El ayer ya no existe. Y no sé el motivo, pero de pronto siento un miedo profundo, completamente nuevo.
Lo vivo a fondo. El miedo, sí. Porque es mi presente, o lo era, en esta sala fría. 
Siempre está frío todo. Las paredes. Los cuadros antiguos. Y están frías las calles esta extraña tarde de reciente primavera.
Él habla de pajarracos. Y por un momento los veo sobrevolando mi cabeza, como buitres.

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Escritores impacientes. Escritores que no lo son (que no son escritores). Ni escriben, ni pintan nada.
Podrían ser cualquier otra cosa. Pero han elegido "ser" escritores. Y me los cruzo. Y tengo que soportar que estén, aún cuando no quiero respirarlos, ni saber que están, acechando para intoxicarme. 
Se creen con el derecho de que les regale mi tiempo. A lo mejor piensan que yo no soy libre, todavía. 
Pero sí lo soy. Ahora sí.
El aplastamiento de hace unos meses me ha dejado secuelas. Pero son leves.
También son poca cosa ya, las cicatrices. Son tatuajes. Son pura belleza ahora.
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Recogí de la librería la antología de Jaime Gil de Biedma.
Viene con un cd con su voz, recitando poemas.
Es extraño conducir, junto a la playa, en la lluvia, con tanta ausencia compartida. En mi ensoñación, creo verlo en el asiento del copiloto.
Y es un peligro, porque siempre llego a casa borracha de poesía.

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Le gusta hacer el amor en los hoteles.
A mí me gustan las sábanas blanquísimas. La cama inmensa. La estancia impoluta, la calefacción, el soñar historias de amantes desconocidos, que posaron sus cuerpos en la misma suite que nosotros.
Y quizás también notaron la fugacidad del placer. Lo rápido que pasa el momento ideal del desayuno. Lo efímero del albornoz, y el cava, y los bombones.
A él, solo le gusta hacer el amor en los hoteles.
O quizás soy yo, la incapaz de imaginar historias de amantes, desconocidos, en mi cocina.

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La conozco desde hace años. Nunca me ha gustado. Siempre he sentido ese tipo de desconfianza que surge de algún lugar de las vísceras, indeterminado pero cierto.
Me sonríe. Procura agradarme. Procura favorecerme (o eso dice). Pero a su paso, mueren las flores. 
Es capaz de provocar un tipo de sufrimiento extraño, inidentificable, inexplicablemente absurdo. Porque ella es todo sonrisas. Y tiene una para todas y cada una de las personas de la Tierra.
Todo lo que hay a su alrededor está podrido, o no tarda en pudrirse. Todo enferma. También yo. Y muchos otros, pero no lo saben. Yo no diré nada. Haré como todos: seguir su juego.
Soy débil ante el veneno. Ella es muerte, y es un encanto.

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