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10 de abril de 2014

Ms Marvel

Todo placer entraña riesgo. Comer lo exquisito engorda. Amar mucho y bien, masifica los colegios. Escribir artículos de opinión es deliciosamente arriesgado. Y sirve para excitarles los dedos a los carajotes.

Tengo mejores amigos hombres. Superan en mi vida, en cantidad y en calidad, a las amigas mujeres, que son menos. Se trata de ejemplares íntegros, inteligentes y avanzados. O al menos eso intentan demostrar. Parece que mi generación, año arriba, año abajo, está casi salvada, más o menos.

De todas formas, hablando con ellos esta semana, reconocen que, haberlos haylos, y que es frecuente que cuando un macho alfa (y los betas y omegas también) se queda sin argumentos ante una hembra poderosa, siempre recurre a la misma descalificación, al mismo término soez. Es pura inseguridad, o puro terror. Machismo atroz, diría yo, que vuelve con fuerza (en realidad nunca se ha ido del todo) en las nuevas generaciones y que observo a diario en el aula. A las chicas de ahora les sigue dando miedo destacar, reconocerse a sí mismas, en todos los sentidos. Siguen valorándose y valorando a las demás (el machismo ramifica en ellas, y es la peor de sus manifestaciones), en función del novio, o de la aceptación entre los chicos de la clase. Pero deben encontrar el equilibrio, para no caer en ser demasiado populares y estar muy vistas. Cuánta presión. Yo no sé qué les genera más sufrimiento, si ser guapas o no serlo en absoluto.

En mi caso, mi yo adolescente no tuvo la etiqueta de guapa (sinónimo de ligerita de cascos entre los despechados y las envidiosas), más bien tuvo (tuve) otras muchas etiquetas, sí. Pero me permitían moverme con cierta libertad y observar lo que se cocía alrededor. Esto me dio ventaja para crecer, y alimentarme de esperanzas que nada tenían que ver con encontrar gangas yendo de compras (a todo eso le he cogido el gusto ya de mayor).

Al carecer de una autoestima basada exclusivamente en el físico (yo a esto le llamo otroestima, porque depende de las opiniones más o menos desafortunadas de los otros), impulsé otros aspectos para elevar mi ánimo y poder seguir: los superpoderes.

Y es que en su momento, fabulé que en mí convivían un puñado de superheroínas, al quite siempre, por si las necesitaba. Un sueño infantil.

Pero ellas, aún están conmigo y me ayudan a ir superando etapas.

En determinadas situaciones de tensión, me visualizo cual Elektra con un sai en cada mano, entrenando entre sacos de arena. A veces soy Tormenta. Otras, intento ser Avispa liderando a Los Vengadores. Muchos días desearía ser Sue Storm, para que una lluvia cósmica me vuelva invisible. A veces lo consigo. Procuro no abusar de She-Hulk, ya que el verde no es mi color.

Mi favorita, ahora que soy madre, es Ms Marvel, ya que ahí la tengo cuando necesito un extra de fuerza y resistencia (en las malas noches, en la incertidumbre), y me permite volar del trabajo a casa, por ejemplo, y predecir todo lo que pueda ocurrir, y si es posible, prevenirlo, para mantener en pie los cimientos de mi vida. En fin. Intento inculcar estas cosas desde mi posición de (¿ventaja?) como profesora (mutante), para ayudar, para evitar ciertas cosas, y me devuelven una expresión alucinada, algunas, pero siempre les noto, fugazmente, el brillo de la ilusión, como un fantasma fugaz.

A lo mejor esta tontería de fomentar los superpoderes personales no evita a los capullos (y capullas) integrales, ni a la gente cobarde, ni los tontos y heridores profesionales. Pero ya se sabe: a veces son necesarios los villanos.

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