Vistas de página en total

21 de noviembre de 2014

Del apuntalamiento

Hay momentos en la vida en que para ser feliz (a ciegas) no se deben leer ciertos libros.
Pero lo que dicta el sentido común es justo lo contrario y es necesario ilustrarse, saber, leer todo aquello que signifique lucidez, todo lo que aporte luz, a unos tiempos oscuros.

Uno de esos libros, más obligados que recomendados, es Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina. Lejos de reseñarlo, pues no es lo que pretendo, afirmaré que más que un ensayo sobre la sociedad, sobre la realidad, es un aviso, casi a gritos, de que todo se desmorona ahora, como se ha desmoronado siempre, y que lo que está ocurriendo  es producto de un proceso que comenzó hace décadas. A partir de esta lectura (debemos agradecer que existan estas maravillas, al menos, y que no esté todo perdido), es más fácil todavía abandonarse a la reflexión. Es un poderoso impulso para mirar con ojos críticos, y ver realmente como son los días que estamos viviendo.

Sobrecoge pensar que no hay refugios seguros, ni tenemos un pase VIP para el búnker más cercano, que vivimos a la intemperie y que nuestra hipotecada casa ha caído, desde hace tiempo, al mismo río furioso que todo se lo lleva.
Tampoco es mi intención ser agorera, ya que aún respiramos., y mientras sea así, es posible terminar de arreglar todos los tejados.
Lo cierto, es que quizás ya no vale con remendar un descosido con un chapú, pegar de mala manera los azulejos cuando se van cayendo, dejando desdentada una cocina entera, ni apuntalar el techo del patio, por si acaso cede y nos aplasta.

Creo que ya llegó la hora del derrumbe controlado, de la explosión a conciencia, y de conservar los cimientos o algún muro, si es que hay piedra ostionera debajo del pladur o el cartón piedra. Algo debe merecer la pena, bajo los escombros. Pero de momento, todo es dudoso. La incertidumbre está en el aire.
Estudiar para un trabajo vitalicio, aspirar a una propiedad (sí, aspirar, porque muchos de los que hemos picado, no veremos cumplida tal aspiración hasta los sesenta y siete años como mínimo, así que suicidarse antes es pecado doble), creer en Dios, la Patria y el Rey… ya no sirve. Ya nada sirve.

Hay que buscar la forma de rediseñar previamente un lugar habitable, apto para estar, para vivir, sostenible y lo más sólido posible, incluso a prueba de maremotos, pero antes del maremoto. Si es después, ya, tampoco sirve. Ya nada sirve.
Podríamos empezar, y sé que podemos, tolerando, leyendo, reflexionando, escribiendo, construyendo, y todos los gerundios que de verdad aporten algo, y sumen, nunca resten.
Mientras, no perdamos de vista los puntales, sobre todo en Cádiz, donde no son metáfora de nada, y se pueden ver y tocar.

Salud.

1 comentario:

Paco Ramos dijo...

Reconstruirse... a lo largo de nuestras vidas, ¿cuántas veces ejerceremos esa tarea?