Fea

Antes, algunos días, moría de amor ante el espejo.

Eran ejercicios de insolente juventud, y el amor narcisista, la pasión por mi propio reflejo, siempre llegaba justo después de darme, y de que se me dieran, completamente, una noche, o un puñado de años. Pequeños años jóvenes, en presente continuo.

La piel no anunciaba nada, ni siquiera el ajado gris del futuro de pasado mañana.

La piel solo delataba la erótica erosión de quizá una barba incipiente, la misma erosión, las marcas dulces, de todos ellos. No recuerdo ningún nombre.

Eran triunfos. Pequeñas heridas como premios, sobre los labios, y dentro de la boca.

Restos de besos, que eran la pura aceptación de mi rostro, porque lo amaban otros, porque una vez, muchas veces, me adoraron con fervor sordo, y el sexo siempre tenía exceso de música en los oídos. Y el silencio asustaba. Igual que ahora.

.......................................................................................................

Soy fea.

Más fea de lo que había creído. Y es que en mí van a parar muchas cicatrices. También las que no son propias. Costurones que gritan en los cambios de estación.

Soy una fea invisible. Pasó el tiempo de la belleza, y del calor. Pasaron, los veranos. No hay camino que vaya hacia atrás.

A no ser que vuelvas, y amordaces todo mi miedo, y me arranques toda la ropa, y la cáscara, y te comas las raíces amables que me aprietan al borde de la asfixia, y te bebas las cadenas de agua que tengo, cada noche, alrededor del cuello.

Descubro que soy fea.

Solo era hermosa contigo dentro.

.........................................................................................................

Nos vamos todos los días. 
El silencio. El derecho a la queja. Al grito en el abismo.
Todo lo echo de menos. También el dolor. También la amargura.

...........................................................................

Ensoñación, ficción y tontería: querer morir en Los Ángeles, para ser un espectro, en casa de los Fisher.