Te preocupas y preguntas qué me
ocurre. Yo sigo embobada, con la mirada fija en el televisor, donde un anuncio de
coches promete aire, diversión, pura vida, libertad…
En la pantalla, una carretera
infinita, de esas norteamericanas, que atraviesan los desiertos, de nación a
nación. Esas carreteras donde no hay nadie. Y ese no haber nadie, es quizás la
libertad. No lo sé. No creo que la libertad sea eso. La libertad es otra cosa.
Siempre pensé que tenía claro el concepto. Pero ya no. Pregunté
también en mi entorno. Consulté a mis referentes. Y tampoco.
Supongo que se trata de uno de
esos momentos en la vida, propia y ajena, en estos momentos comunes y en red,
en la historia, en que se percibe un cruce de caminos, carreteras infinitas, y angustiosos
desiertos. Pero el mal de muchos no me consuela en absoluto, a pesar de lo
tonta que me considero (cada vez más).
Crecí capacidad de admiración, y
he intentado mantenerla, porque es fuente de entusiasmo, de energía. Mientras
hay personas a las que admirar, no hay miedo. Y es posible el equilibrio.
Pero ahora, después de largo
tiempo investigando, observándome, controlándome las constantes vitales ante
las decepciones cercanas, ante el terrorismo de vecindario, y el consumo diario
de noticias nacionales, ya sé por dónde se me escapa la fuerza. He localizado
el agujero por el que me desinflo, lentamente. Y está justo ahí, entre las
conexiones neuronales que rigen la alegría y la esperanza.
Al tiempo que me asfixio, poco a
poco, se me agotan los recursos para mantener la capacidad de la que antes
hablaba, al igual que también van mermando otras capacidades.
No quiero que me sorprenda la
ceguera, la ataraxia, el pasotismo. No quiero convertirme en roca feliz, en
estatua sonriente, a pesar de acumular corrosivos excrementos de gaviota sobre
los hombros. Entiendan ustedes lo que quieran. No quiero carreteras
interminables, por muy libres que sean. Prefiero mis calles de siempre. Las
calles que conozco.
Me preguntas qué me ocurre,
porque te preocupas. Y no sé qué responderte. Solo hay cansancio. Te pregunto
qué haremos, cuando nos cansemos del todo, cuando no quede oxígeno, cuando se
haya evaporado por completo el combustible que nos mueve, y nos mantiene despiertos
para creer, para ofrecer la confianza a aquellos que ya no admiramos.
Tenemos que procurar, de algún
modo, tapar los agujeros, remendar los descosidos, para no vaciarnos
completamente.
Mientras, ella duerme agarrada a
su peluche, ajena a todo y feliz. Con las capacidades intactas.
Sabemos que es difícil vivir sin
referentes. Es difícil asumir que a lo mejor, ya no los necesitamos.
2 comentarios:
Esta entrada tuya me es tan familiar...En mi caso, ese punto de cansancio siempre está a medio camino entre una ilusión y la siguiente. Hay un ambiente que parece estar cerrado al vacío conmigo dentro. La atmósfera es tan densa que como tú, me siento a observar carreteras de anuncios o incluso programas de "marujeo" que ni siquiera escucho. Pero luego hay un tiempo de despertar que es bonito, que me recuerda a los fines de semana con planes de fiesta. Y entonces, me pongo en pie, me sacudo las nostalgias y vuelvo a la vida. Besos.
¡Gracias por tu comentario Carmen!
Con esos planes de fiesta que tú me evocas, me pongo también en pie, y sacudo penas para renacer.
Un abrazo muy fuerte.
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