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31 de enero de 2024

La pulsera

Fue su primer regalo: un ancla pequeña de metal que adornaba una pulsera de cuerda turquesa con algunas cuentas del mismo color. La amaba con la fascinación que dicen que provoca el brillo de los diamantes. La llevé un tiempo, siempre, en mi muñeca. Igual que ella. Y la otra ella, como yo.


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Cuidado con la noche más oscura: dura tanto como cinco vueltas al sol.



 



22 de enero de 2024

El domingo iremos a cazar ratas

Es un reto volver a un diario personal. Siento un respeto enorme por aquellos autores que se dedican a ello, con puntualidad y sin procrastinar. Y es un ejercicio de voluntad y amor propio volver a esta tarea en plena vorágine de dispersión de energía. Pero aquí estoy. Espero no defraudarme a mí misma ni defraudaros a vosotros.

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Hemos estado leyendo a Delibes en clase. A los alumnos de este engendro del sistema llamado Diversificación, o Ámbito Sociolingüístico, que mucho abarca (Inglés, Lengua y Geografía e Historia), y poco aprieta: no se ven en profundidad ninguna de las materias, además de que no hay mucha receptividad. Tampoco les gusta Delibes. Era de esperar.  Estos santos inocentes servidores de TikTok no saben lo que les espera. Quizás yo tampoco. Sólo sé que para el que manda, somos ratas.

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Apenas una semana y no queda rastro de él en la funda de la almohada. No hay anclaje si se esfuma su olor. Es lo correcto en el proceso de sanación: que los síntomas desaparezcan, que se deshaga el hechizo.

16 de enero de 2024

Volver al origen, simplificar.

Os abrazo a los que durante muchos años habéis llegado a este blog, de un modo u otro, con diferentes objetivos, o por simple curiosidad. 

Aquí estoy de nuevo con la firme promesa de seguir actualizando este rincón tan mío que es vuestro del todo. ¿Me seguís?

Aquí, para empezar, una de mis sonrisas favoritas, siempre de verano, la única estación del año en la que late mi ilusión con tanta fuerza como para sobrevivir las otras tres. Gracias por estar.



18 de enero de 2017

Fuerte y efímera

Ha hecho magdalenas con papá, y se ha dedicado a repartirlas por el vecindario.
Me asusta esa generosidad innata. Reparte magdalenas con un amor impoluto, sin otro interés que divertirse compartiéndolas.

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Las canciones vetadas, a veces irrumpen en mi frágil intento de serenidad. Quiebran el buscado equilibrio.
Es la música de otro tiempo, no sé si mejor. Y yo estaba tan viva, que todo giraba a mi alrededor. Tan fuerte y efímera, como la polilla que describe Virgina Woolf. Entonces, yo, como esa polilla, ya le había sostenido la mirada a la muerte. Pasó de largo. Mi madre la echó de casa.
Tenía los ojos verdes, líquidos. Fingía el llanto. Y desapareció.

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Estabas sentado en un banco. Te vi. No te miré.
Observaste desde lejos mi cotidiano episodio familiar.
Tú, que eres un extraño ahora. Quizás lo fuiste siempre.
Es lo correcto. Así debe ser.
No importa. No duele. Y tampoco pienso ya en las causas del súbito frío en las manos.
De camino a casa, el temblor habrá pasado.

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Escribir. Recuperar mi vida. Organizar la agenda. Abandonar el calor, y este tiempo dulce que no sé valorar.
El consejo de mi padre siempre era el mismo: aprovecha el momento.
Siempre he sido una rebelde. Me arrepentiré seguro.

11 de enero de 2017

Mis poetas también son otros

Cargo a Enrique, el día completo. Mis brazos están hechos a su medida. Y el portátil debe tener un escudo protector invisible, que impide que lo abra, al menos, una vez al día.
Me duelen los poemas dentro, y luchan por irse de mí. Los voy dejando salir.
Qué idiota era yo, cuando procrastinaba sin motivo, el juntar unas letras con otras. No existía esta quemazón.
Ya es 2017.
Apenas he tenido tiempo de despedirme de 2016 como es debido. No lo he besado en los labios. No he abierto la ventana de casa, a medianoche, para liberar los días que ya no están.
No he hecho nada de eso.
Y quizás me siento en deuda con una parte de mí, desde hace tres meses y medio. Pero no me importa.

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Son muy peculiares las "personas trampolín".
Tienen la virtud (o la desgracia), de prestar ayuda e impulso a otras para que éstas salten, y alcancen ciertas metas, ciertos intereses.
En lo literario, y en la vida, abundan los saltadores profesionales, que, después de la inmersión, nunca vuelven arriba. Olvidan el salto. Olvidan la piscina.
 
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Mis poetas también son otros. Los de siempre. Los que están en mi biblioteca, y los que duermen en mis recuerdos. Y también, los que me rodean, y son los poetas a los que sí puedo llamar por sus nombres: Javier, Francisco, Hilario, José Luis, Piquero, Eva, Olga, Efi, Miguel, Víctor, Jesús, Ana Patricia, Itziar,...
Espero ser, alguna vez, un nombre de poeta para ellos.
 
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Hace unos días me enojé. Pero la poesía no es la culpable de mi frustración.
Quizás es la deslealtad, en toda su amplitud.
El abandono transitorio de los hábitos adquiridos con los años, y las nuevas circunstancias, que solo son adversas cuando se alcanza cierto grado de estupidez.
Lo siento. No volverá a pasar.
 




23 de noviembre de 2016

Otra Penélope


Todos los días me siento al borde del agua. Espero llegar la marea que inunda el caño. Las gaviotas ya se han acostumbrado a mi presencia, y planean sobre mi sombra, en silencio.
No sé si me compadecen. Quizás solo me observan. Seré para ellas una criatura extraña, de raras costumbres. Nunca me han visto los ojos. Escondo bien el desvalimiento bajo las gafas oscuras.
Hilo deseos, pero me canso y los dejo ir con la corriente.
Todos los días sentada al borde de mi vida, soy otra Penélope, espero que regrese.
 
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Hay tantos matrimonios donde no hay rastro de vida.
Observo sus conversaciones huecas, sus ojos vacíos de luz, sus bocas a oscuras.
Y temo que nos habite el mismo parásito, que todo lo corrompe: la realidad en sobredosis, el tiempo demoledor, siempre..
Quizás, mejor, no seamos matrimonio, ni compromiso, ni lista de la compra, ni nómina maltrecha a fin de mes.
Solo ser manos, brazos, dos bocas que se buscan. Energía. Ganas de verse. Perder el móvil. Olvidar que solo es, aún, un día entre semana.
La ausencia de deseo es la antesala de la muerte.

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Te pongo al pecho. Te alimento. Y no puedo creer que seas tan mío, tan yo, todavía.
Por eso, no entiendo cómo es posible olvidar este poderoso olor a esperanza, a días nuevos. Cómo es posible que el mundo olvide que todas las manos fueron pequeñas, y que todas las bocas se aferraron, a la madre, al único universo conocido. ¿Desde cuándo ya no importa? ¿Cuándo ocurrió, la desmemoria?
Te alimento. Y me devuelves la mirada. Tu primera sonrisa. Y yo me aferro a mi regalo. 

29 de agosto de 2016

Flores de melocotón

Ahora cuando estás tan cerca, es la ausencia más real.
Un abismo de agua. El vértigo de saberte perdido. Y que mañana ya no será otro día, después de los besos.
Besos que aún me duelen en los labios, inmóviles. Rendida al vacío y a la tristeza, mi boca. Quizás la tuya también.
Y me duele esa pareja de esta misma tarde, en la playa, tumbados el uno junto al otro, con la joven agitación y toda la esperanza. La herida profunda de observarlos, al otro lado de unas gafas oscuras, envueltos en el mismo olor, y el aire mismo, que antes refrescaba el ardor nuestro, y la urgente ansiedad por devorarnos.

Ahora, estás más cerca que nunca, y quizás recorres las mismas calles, los mismos lugares. Compartimos el mismo aire que ya no huele a nada.
Y el silencio. Y tu rastro en mi vientre que estuvo siempre.
Pero ya no está.
Pasarán los dolores de entuerto, y mis huellas recuperarán su forma. Volverá el deseo a su lugar.
Dormiré otros veinte años.

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Para M y L. Viviendo su historia de cerca

Melocotones amarillos, cuya piel va separando con cuidado, en suaves tiras, para regalarnos a ella y a mí, flores de melocotón.
Debería amarlo como es debido. Y superar el frío, a pesar de que arde, ahí fuera, el asfalto. Caminar por encima de la culpa, y de los años. Recordar que somos mucho más que las facturas, la hipoteca, y sostener sus manos, asirme a su cintura, aferrarme con toda la fuerza al futuro, y a los días que al principio, tenían tanto sentido.
Nos regala flores de melocotón. Melocotones amarillos, suaves como la rutina al lado de quien sabe conservar la calma.
Debería vivirlo, como es debido.

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Leo, para reseñar, una antología de poesía joven.
Maravillan tantas voces frescas, nuevas. Solo me inquieta no saber para qué escriben, realmente. Para sí mismos, imagino. Como todos. O para que los lean aquellos que, con total seguridad, no van a valorar su labor poética, porque están ocupados en escribir para sí mismos, también, y en competir, con un verso mejor, un poema mejor, un libro mejor, mejores resultados en Instagram, más seguidores en Facebook.
Álvaro Valverde afirma que la poesía siempre ha tenido mala salud. Que hay quienes ni siquiera la consideran un género literario. Pero está ahí.
Nadie lee poesía. Nadie compra poesía. Pero está viva, enferma de egolatría, pero viva.
Sigo con la lectura. Tomo notas. Lo mejor, es que siento que se recarga mi energía. No sé si recupero progresivamente la ilusión, o es solo el espejismo, o la perspectiva, de reseñar algo, por encargo, y que me lean, más allá de los que nunca valorarían nada de lo que escribo, a no ser que escriba sobre ellos.